Tokio no lo es todo en Japón, al menos así se pensaba en 1964. Se puede decir que la capital japonesa era incluso menos popular que otras ciudades en el país, al grado que los visitantes sentían incluso que, cuando tomaban té en un restaurant o se detenían a curiosear en una tienda general, al salir y dar la vuelta a la esquina se toparían de nuevo con Tokio. Lo que pasaba era que casi todas las aldeas tenían su mismo viejo estilo clásico.
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Esta vez, Keinichi Yoshida, es quien nos regala una perspectiva del Japón sesentero desde el punto de vista turístico. Y de lleno afirma que el molde que hasta ese entonces era la capital del país, se estaba rompiendo para no volver jamás. La serie de obras públicas que abrumaban el lugar hacían pensar que se estaba trasfigurando como si fuera un corte quirúrgico para dar una mejor presentación estética urbana.
«En medio del polvo y del estrépito de las obras de construcción de edificios y caminos, se dice que se forjará una nueva urbe en un plazo de 10 o 20 años», escribió Yoshida. «Por dónde quiera que corran los ferrocarriles que irradían de Tokio, y circulen los automóviles por las carreteras, hay una cadena de pequeños Tokios extendida desde Aomori, en el norte, hasta Shimonoseki, en el sur, ambas situadas en puntos extremos de la isla mayor de Japón».
El periodista asegura que pocas aldeas escapan a la imagen de Tokio, entre estas se encuentra Nagasaki, que a pesar de su lamentable fama de haber sido polígono de la bomba atómica, diecinueve años después veía renacer un esplendor urbano clásico. Nagoya e incluso Hiroshina, estaban cortados con la misma medida que la capital. Estas tres ciudades guardan los rasgos característicos de algunas etnias que la influyeron como los portugueses, españoles, holandeses y chinos.
«En el dialecto de Nagasaki abundan las voces holandesas y portuguesas como Kasutera, una especie de pastel esponjoso preparado según receta de los portugueses. Aún siguen en pie algunas casas de madera de estilo europeo, construidas para las damas de ideas internacionales que solían alegrar la vida de los marineros cuando arribaba la escuadra rusa, antes de la Guerra Ruso-Japonesa y aún después, cuando ya los ánimos se habían calmado», contaba el reportero.
Yoshida nos cuenta algo que comunmente no sabemos de Nagasaki, su comida, la cual tiene una herencia china y se sirve como una multitud de platillos y no en uno sólo como suele ser la costumbre nipona.
«La sucesión de platos es larga. Cada uno parece servir de sostén al anterior: el pescado sigue al puerdo reducido a una gelatina suculenta y compacta, después se sirve el espinacardo envuelto en lonjas de res y luego una ensalada o pimientos rellenos de langosta, y así hasta el infinito, todo depende de la capacidad del estómago del bon vivant», refirió.
Existe también una ciudad que se precia de no haber sufrido ninguna incursión aérea, pese a haber sido la sede de una importante división del ejército, se trata de Kanazawa, población de la prefectura de Ishikawa, ubicada en el centro de la costa bañada por el Mar del Japón. Dicen que no hay mejor descanso que la gastronomía y para muestra basta un botón.
«Hay que ver para creer -dice Yoshida- cada plato es explicado por los criados que los sirven (cuya presencia misma parace un regalo a los ojos) y no porque importe gran cosa saber cómo se llama este pescado, esa ave o aquella legumbre. Basta que sepan cómo sabe, su sabor y textura. Por ejemplo el hígado de mirlo pardo en escabeche o la torta de nueces molidas. Sólo hay una condición que el comensal debe respetar: es de mala educación pedir una segunda ración de la torta porque su elaboración es tan delicada que por lo regular no sobra para repetir».
Sólo para que lo sepan, Keinichi Yoshida era un japonés dedicado a los reportajes turísticos y de la buena vida que vivía en Francia, su colaoración en la revista estadounidense Life, fue considerada como una útil orientación por los extranjeros que la leyeron duranTE su visita a los Juegos Olímpicos de Tokio 1964.