Diecinueve años después de su derrota en la Segunda Guerra Mundial, Japón fue seleccionado por el Comité Olímpico Internacional para realizar su primera Olimpiada, lo hizo en un momento en que nadie esperaba que pudiera cumplir con esta magna misión. Sólo bastaron dieciocho meses para culminar una serie de monumentales obras arquitectónicas y urbanas a fin de permitir que se llevara a cabo uno de sus primeros eventos a nivel internacional… ¡y lo hicieron muy bien!
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La revista estadounidense Life realizó una cobertura noticiosa previa a los juegos olímpicos de octubre de 1964, con una perspectiva que resulta muy interesante pues su versión refleja la influencia norteamericana que Japón desarrollaba desde el fin de la segunda conflagración.
Entremos de lleno a saber cómo se encontraba Tokio en esa ocasión. Un artículo firmado por Lee Griggs, titulado «La carrera olímpica de los preparativos» nos presenta a una capital nipona abrumada más que del ciudadano común, de brigadas de trabajadores que se esmeraban en acicalar la ciudad; a menudo llena de polvo y lodo por el trajineo registrado en las construcciones. Por todos lados de la urbe se veía lo mismo, albañiles trabajando intensamente por cumplir la meta hasta el día mismo de la inauguración olímpica.
Ni siquiera la noche proporcionaba un descanso, pues apenas se ponía el sol, el golpeteo de martillos y los ruidosos taladros abrumaban a propios y extraños que terminaban por alejarse de la capital, cada vez que podían.
La ciudad prácticamente fue puesta en situación de emergencia para que los constructores pudieran hacer sus labores sin interrupción de transeúntes, algo que también estos agradecían acelerando sus esfuerzos para permitir que sus paisanos citadinos pudieran regresar a sus actividades diarias. Se dieron casos como algunas mineras carboníferas de prefecturas como Hokkaido, que aportaban parte de su personal para hacer excavaciones y reforzar al personal que instalaba las vías el monorriel que comunicaba al Aeropuerto internacional con el corazón de Tokio; un trayecto de 13 kilómetros que recorría en tan sólo 11 minutos. En auto, el mismo tramo se realizaba en 60 minutos, considerando las horas pico del tránsito (dos horas cuando éste se encontraba sumamente congestionado).
Otras brigadas de constructores abarrotaban una línea donde estaba diseñada la supercarretera que iba de la terminal aérea a los lugares donde se encontraban estadios, gimnasios y canchas sedes de la olímpiada (en ese entonces, tenían una avance del 90% de construcción). Otros grupos contratistas ensanchaban las angostas calles y caminos para permitir una mayor afluencia a las zonas hoteleras, las cuales temían un aforo de más de 30 mil visitantes, en momentos en que no podían asegurar ni siquiera 10 mil camas.
Para tratar de cumplir con esta meta, se propuso que 6 mil turistas se alojaran en barcos atracados en las bahías de Tokio y Yokohama, con la condición de que los buques no arrojaran los desperdicios en su lugar ni en alta mar; algo que se puede considerar como el principio de su conciencia ecológica urbana.
Los urbanistas nipones acordaron también alojar a los visitantes lejos de la capital en viviendas que eran arregladas con fontanería occidental (WC, mingitorios y regaderas) para sustituir la antigua y tradicional basada en letrinas y duchas domésticas.
Algo que llamó la atención del corresponsal fue la construcción de las vías de los trenes expreso que alcanzaban velocidades de hasta 190 kilómetros por hora. «Esas obras, sin embargo, han tropezado con una dificultad típica del Japón: la vía se ha convertido en un gran imán para los suicidas en potencia, escribió Griggs. «A todo lo largo de la ella se está levantando una cerca para contener a tales personas, pues incluso en los recorridos de prueba ha habido intentos suicidas, por lo que las autoridades determinaron que durante la olimpiada ningún tren correrá a su velocidad máxima«, explicó.
Esto no ha acabado. En otras colaboraciones les presentaremos otros aspectos de la Olimpiada de Tokio 1964, que permitió a Japón proyectarse al mundo como un excelente organizador no sólo estos eventos, sino como un interesante actor científico, económico y deportivo a nivel internacional. Después de esto, el pueblo japonés no volvió a ser el mismo y su reputación por el trabajo disciplinario y eficiente saltó a la fama mundial como un ejemplo a seguir.
Lo que es importante destacar en esta sección Bibliotecalle es la interesante práctica o costurmbre que tiene Ernesto González-Galves de archivar documentos, revistas y libros referentes a Japón y, sobre todo, a la región oriental. Gracias a su biblioteca personal, en la que prácticamente vive y pasa la mayor parte de su tiempo en casa, fue que pude tener acceso a esta publicación de Life, dedicada a la olimpiada de Tokio 1964. Hay que destacar que nuestro amigo y hermano Ernesto es presidente de la Sociedad México-Japón Asia. A.C. organización sin fin de lucro dedicada a la difusión de la cultura y la educación japonesa.
También queremos expresar nuestro apoyo a las personas, colegas y amigos que solicitaron el regreso de Bibliotecalle, que es una sección encargada de reseñar libros, comics y enciclopedias que se venden en librerías, locales y puestos callejeros en diversas partes de la Ciudad de México.