Vida, muerte o lo que sea, que suene

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A cada instante muere una parte de nosotros. El conteo regresivo comienza desde el nacimiento y se detiene sólo hasta el acaecimiento. No queda más que honrarla. Se trata de la muerte y su función en la vida.

Me llama la atención el saber cómo fue que los españoles tomaron el concepto de la muerte. Ellos mismos traían ya uno consigo. Lo único que pasó en aquella ocasión, me refiero a la conquista, fue la confrontación en la forma de ver y concebir a la muerte.

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«Y tienen otra cosa horrible y abominable y digna de ser punida, que hasta hoy no habíamos visto en ninguna parte, y es que a todas las veces que alguna cosa quieren pedirle a sus ídolos para que más aceptasen su petición, toman muchas niñas y niños y aún hombres y mujeres de mayor edad, y en presencia de aquellos ídolos los abren vivos por los pechos y les sacan el corazón y las entrañas, y queman las dichas entrañas y corazones delante de los ídolos, y ofreciéndoles en sacrificio aquel humo. Esto hemos visto algunos de nosotros, y los que lo han visto dicen que es la más cruda y espantosa cosa de ver que jamás han visto».

¿Qué podemos ver aquí en esta descripción que se hace en la primera Carta de relación de Hernán Cortés? Podríamos interpretarlo como el hecho de que la muerte, vista desde fuera de nuestra perspectiva, es criticable porque no nos emparenta con la de extraños. Hasta nuestra muerte es diferentes a la de aquellos. Esa clase de muerte que menciona Cortés es más un sistema de justificación de la conquista que el de un antropólogo registrando el concepto de muerte como acto de sacrificio, le cual existe en todas las religiones.

Digámoslo de esta manera, la visión de la muerte representa el grado de miedo que tiene una persona, no tanto por la muerte en sí, sino por la vida o el tramo de vida que se perdería cuando ésta ya no pueda desplazarse en la línea del tiempo.

Es interesante que tantas frases se hayan creado elogiando al presente como el factor temporal más importante, pues en éste puede apreciarse la vivencia, o el estado de vida que registra un ser humano. El pasado está condenado a una experiencia que puede repetirse si el individuo no aprende de ello cual si fuera un resucitado empírico. Es precisamente esa idea de evitar la historia como aprendizaje la que el hombre descarta más por encima de una pervivencia actualizada; algo así como un revivir con un poder sobre el tiempo y la realidad presencial.

Vean esta parte de lo recomienda Cortés a Carlos V:

«Y tengan vuestras majestades por muy cierto que según la cantidad de la tierra nos parece ser grande, y las muchas mezquitas que tienen, no hay año que, en lo que hasta ahora hemos descubierto y visto, no maten y sacrifiquen de esta manera tres o cuatro mil ánimas. Vean vuestras reales majestades si deben evitar tan gran mal y daño, y cierto seria Dios Nuestro Señor muy servido, Si por mano de vuestras reales altezas estas gentes fueran introducidas en nuestra muy santa fe católica y conmutada la devoción, fe y la esperanza que en estos sus ídolos tienen, en la divina potencia de Dios; porque es cierto que si con tanta fe y fervor y diligencia a Dios sirviesen, ellos harían muchos milagros.

Si el servicio de fe se da en morir por convicción, entonces ésta pasa al dominio de la ética por cuanto se establece que mi responsabilidad, o mi conciencia de entrega, más que de culpa, se torna heroica y hasta puede rallar en la complacencia de una muerte consumada por propósitos extraordinarios. Algo donde se nos prometa vida tras cambiar nuestros bonos de muerte.

En la arenga que hace Máximo a sus huestes vexilares, es decir, de caballería romana en la película Gladiador, el general les dice: Todos en línea, quédense conmigo. Si se ven a sí mismos solos, cabalgando en los campos verdes con el sol en sus caras, no se preocupen, pues están en el Liceum, y ya están muertos. Hermanos, lo que hacen en vida, resuena en la eternidad».

Si lo vemos bien, el trasfondo de este exhorto fílmico significa que el valor no consiste en infligir el mayor daño por habilidades bélicas al enemigo, sino en consagrarse en una muerte aceptada como valor propio, personal.

Una leyenda basada de la apatía estoica, la corriente filosófica de moda en Roma de la cual Marco Aurelio fue un importante protagonista como intelectual y César romano, ha sido precisamente su apego a la fortaleza de carácter como el eje humano de una imperturbabilidad anímica. Esto lo hizo destacar no solo con su pueblo, sino entre los militares que veían en él a un individuo despojado de pasiones y desdeñoso de la comodidad material; esto último considerado más como un hermanamiento con la muerte que con una vida apasionada; cargada de pedantería e incoherencias materiales.

Nuevamente, el estoicismo nos muestra una voluntad más cercana a la muerte por cuanto nos fortalece en su esencia apática que en el miedo a la pérdida de vitalidad.

El término caducidad es un elemento ingente en la naturaleza humana. Nuestro mundo está hecho a nuestra semejanza: todos los productos que creamos o elaboramos tienen una perdurabilidad o cierta resistencia al tiempo, pero no son eternos. De igual forma, lo que consumimos como principios de necesidad vital, están basados más en la medida de la muerte, en la temporalidad. No es lo mismo consumir un litro de leche cuando ésta es fresca que cuando sus nutrientes se han echado a perder, es decir, han caducado.

Hablar de la vida o la muerte no es fácil. En este momento del Coronavirus, uno de los más devastadores que ha sufrido la humanidad en el siglo XXI, se han confundido los términos al referirse a los médicos y enfermeros como héroes, cuando en realidad son los muertos por esa enfermedad, quienes fallecieron en pleno heroísmo.

Es a los muertos del Covid-19 a quienes se les debe dar ese calificativo, los otros son guerreros que están librando una cruenta batalla contra un enemigo implacable: no hay héroes vivos, sólo luchadores condecorados por su esfuerzo y su valor.

El lazo inequívoco del tiempo es la línea de la mortalidad que aprisiona al ser humano. Si al igual como se menciona que en Gladiador, Marco Aurelio le regresó la sonrisa a la muerte, era de esperarse que en nuestro México prehispánico, esa sonrisa fuera vía la Catrina.