Hay huellas importantes en la historia. No son precisamente las del Yeti del Himalaya o del Pie Grande de los bosques de Norteamérica, pero sí la de Neil Armstrong; el astronauta que posó por primera vez su bota derecha en el suelo lunar. Lo hizo el 21 de julio de 1969, cuatro días después de que la misión Apolo 11 despegara desde Cabo Cañaveral.
Su frase: «Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad», no sólo lo popularizó sino que lo convirtió en el emblema de Estados Unidos. La frase por supuesto está cargada de rivalidad, pues en ese momento se estaba librando la carrera espacial contra la Unión Soviética, que doce años atrás se había anotado la victoria de haber orbitado por primera vez un artefacto espacial, el satélite Spuitnik.
Se agitan las aguas espaciales
En 1961, el presidente John F. Kennedy agitó las aguas de la contienda espacial al asegurar que Estados Unidos lograría colocar a un hombre en la Luna antes de concluir la década de los sesentas. La declaración parecería más una apuesta que una realidad de no haber sido porque tenía la carta con la que lograría su propósito: Werner von Braun
El discurso de Kennedy afirmaba: «hemos decidido ir a la Luna. Hemos decidido ir a la Luna en esta década, y también afrontar los otros desafíos, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque esta meta servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y aptitudes, porque es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, que no estamos dispuestos a posponer[…]«
Dos años más tarde, Kennedy moriría en un atentado en Dallas, Texas, sin poder presenciar ese momento tan valioso que había anunciado. La hazaña es totalmente estadounidense, por más enmascaramientos que se le haga para hacerla parecer en favor de la humanidad.
Razón o no, sólo ellos podían lograr una proeza de ese tipo. En su momento, ellos eran quienes contaban con el capital para financiarlo, con la infraestructura para realizarla y… con los recursos humanos para llevarla a cabo.
Los ingenieros nazis
Pocos son quienes se detienen a pensar más en la importancia de los científicos e ingenieros nazis quienes fueron, de hecho, los precursores de la carrera espacial que después librarían Washington y Moscú durante la segunda mitad del siglo XX.
El cohete V2, que dejó asombrado a Gran Bretaña por sus bombardeos no tripulados sobre su inmaculada capital Londres, era producto del ingenio de Werner von Braun, quien desarrolló la balística que le permitió a Estados Unidos transportar a los astronautas Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins y su consecuente alunizaje.
Los libros de historia señalan muchas veces a Von Braun como una especie de traidor pues aseguran que él mismo se entregó a los norteamericanos cuando ocuparon Berlín. La realidad es que la Unión Soviética también lo buscaba afanosamente. Tal vez duela mucho decirlo, pero la carrera espacial la inició la Alemania de Hitler.
Del V2 a la ciudadanía estadounidense
Mientras Von Braun fue el encargado del proyecto balístico V2, nunca escondió su entusiasmo por llevar a cabo la conquista espacial; algo que era compartido por la cúpula nazi que creía en la tecnología de punta, y que lo destacaba en las reuniones sociales. La derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, lo llevó a elegir el mejor bando con el que podría concretar sus ambiciones y ese fue Estados Unidos. Se dice que, antes de la ocupación, burló los controles de las SS para entregarse a los americanos, junto con un grupo de colegas que llevaban documentos sobre sus investigaciones y que posteriormente recibieron la ciudadanía estadounidense.
No hay que olvidar la Operación Paperclip con el que la inteligencia norteamericana logró extraer a los cerebros nazis que desarrollaban las famosas «armas maravillosas del Tercer Reich» entre los que se encontraban Walter Dornberger, Ernst R. G. Eckert, Gerhard Reisig y, encabezando la lista, el temido Werner von Braun
Curioso, pero esta estrategia de inteligencia estuvo en servicio hasta 1962; un año después de que Kennedy anunciara su intrépida misión lunar.
Von Braun fue el creador del cohete Jupiter-C con el que se puso en órbita el Explorer 1, el primer satélite de Estados Unidos. Lo hizo a partir de un nuevo programa conocido como Redstone en el desierto de Nuevo México.
Lo demás es la historia que se ha repetido hasta el cansancio.
¿La Luna es de EU?
Mientras tanto, queda en el aire saber quién es el poseedor de la Luna. Aunque existe una teoría de la conspiración que asegura que la misión Apolo 11 fue un engaño elaborado en los estudios cinematográficos de Stanley Kubrick bajo la Operación Capricornio, la pertenencía del satélite terrestre se adjudica a Estados Unidos, pues en el mar de la Tranquilidad hay una bandera que lo reivindica como tal.
Aunque no se sabe porqué en cincuenta años no hubo un nuevo viaje a la Luna, al menos por parte de la Unión Soviética, que hubiera sido la más idónea para hacerlo, queda la interrogante si fue porque se dio por hecho que le pertenecía a la Unión Americana por haber logrado su alunizaje; algo que recuerda el estilo de las proezas que se hicieron en los siglos XIX y XX con el Polo Norte, la Antártida y el ascenso del Everest.