Ha sido muy común enterarse en las noticias de que los jóvenes japoneses se enferman, trauman o incluso han llegado a suicidarse debido a las altas exigencias que se requieren de ellos en sus trabajos. Es probable que eso esté por cambiar pronto.
Si bien el sistema laboral nipón ha sido uno de los más inflexibles a tal grado que se ha cubierto con el manto de la eficiencia, no cualquiera sobrevive a sus políticas. En Japón se conoce como seishain a los trabajadores regulares, es decir a los que laboran de forma presencial en oficinas y talleres. Desde el inicio de la pandemia, las regulaciones sanitarias obligaron a los empleados a abandonar sus centros de trabajo para ejercer el home office.
Nunca antes los japoneses habían vivido una situación así, incluyendo los momentos más álgidos del SARS, en 2003, la gripe aviar en 2006 o con el AH1N1, en 2009; el trabajo presencial ha sido el sistema por antonomasia en la cultura laboral de ese país.
Cierto es que los trabajadores nipones tienen garantizados sus trabajos de por vida, pero a cambio la vive en gran parte en las oficinas; es un culto al trabajo que redunda en la formación de workoholics, adictos y obsesivos a las metas laborales por medio de la dedicación, disciplina y la eficiencia. Su mente está en la perfección, pero esto conlleva problemas sicológicos y emocionales que se dejaron ver con mayor claridad a partir de la cuarentena del Covid-19.
Nueva visión laboral
La generación más joven está poniendo el dedo en la llaga al adoptar cambios laborales más flexibles a través del trabajo autónomo, desafiando a uno de los mercados laborales más conservadores del mundo, que ahora piensan que no necesariamente mejora la vida.
En 2016, el gobierno japonés realizó una investigación donde encontró que 1 de cada 10 trabajadores labora más de 100 horas extraordinarias al mes. Más del 20 por ciento registra más de 80 horas al mes. El reporte también encontró que los trabajadores usaban, en promedio, solo la mitad de sus vacaciones anuales contratadas cada año.
La investigación no solo destacó niveles desproporcionadamente altos de acoso, sino que también sugirió que la mayoría de los abusos no se denuncian, principalmente por temor a que afecte las perspectivas futuras (46%). Más de la mitad tampoco lo hizo por temor a dañar sus conexiones profesionales, mientras que el 43 por ciento temía la pérdida de ingresos potenciales.
La encuesta de octubre de 2019, realizada por tres organismos comerciales privados: el Sindicato de Actores de Japón, el Comité de Enlace Independiente MIC y la Asociación de Trabajadores Independientes Profesionales y de Carreras Paralelas, reveló que el 59 por ciento había sido acosado por intimidación o difamación. El 42 por ciento hizo referencia a demandas irrazonables y 39 por ciento citó presiones motivadas económicamente. Más de un tercio denuncio acoso sexual e intromiciones a sus familias por parte de investigaciones hechas por las empresas. Otros más reportaron bullying interno debido a sus atributos físicos.