Esos neutrales y apolíticos que esperan a la vuelta de la esquina

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Creo que, a esta altura de la historia, cualquiera sabe, o puede comprender, que basta con vivir en una sociedad, por primitiva y pequeña, por anónima y desarrollada que sea, para dejar de ser neutrales en la administración del poder. Sin embargo, aun en un mismo individuo hay momentos de compromiso y momentos de renuncia. Es humano. Nadie puede ser un gladiador todo el tiempo. Por salud mental, a veces es necesario retirarse; a veces es legítimo concentrar la mirada en una taza de café y cambiar por un momento los versos del Neruda que le cantaba a los mineros explotados por los del Neruda que le cantaba al amor romántico. Eso en el mejor de los casos, porque no pocas veces, en uno de esos ataques imaginarios de irresponsabilidad, más de uno desearíamos mudarnos a una isla en el Pacífico y no escuchar más del mundo.

Pero existe una actitud que podríamos aceptar bajo la clasificación precaria de “neutral”, y dentro de ésta existen los neutrales indiferentes y los neutrales dedicados a tiempo completo. Nunca nadie verá en los medios ni en las redes sociales a un conspirador profesional discutiendo sobre política, uno de esos mercenarios pagados por agencias secretas que no saben qué hacer con presupuestos de once cifras pero sí saben qué hacer con aquellos que se atreven a pensar diferente. Por el contrario, desde una arrogancia insuperable, se muestran posando alegres en una playa, recomiendan dietas para perder peso o participan en alguna disputa sobre deporte, sobre los dichos de alguna actriz o sobre el sexo de los ángeles. ¿Cómo distinguir a estos “neutrales diseñados” de los verdaderos indiferentes, de los cansados, de los hastiados o de los honestos ignorantes? ¿Por su bella sonrisa? ¿Por la nada que dicen? No, imposible.

Pero, como bien saben los investigadores de la academia, cuanto mayor sea la muestra más claro y confiable será el patrón que rige un fenómeno. Procedamos según el método. Consideremos alguna de esas instituciones fuertemente politizadas pero obsesionadas con su propia neutralidad política, como las autoridades eclesiásticas de alguna gran religión o de otras fuerzas represivas como, por ejemplo, los generales de los tradicionales ejércitos latinoamericanos. Es decir, no consideremos en la muestra ni a los jefes globales (dueños de bancos y transnacionales, directores de agencias secretas, secretarios de Estado de grandes potencias) ni a los vasallos honorarios (soldados, asalariados felices solo cuando su equipo mete un gol, amables y abnegadas amas de casa). Consideremos sólo poderosos generales, es decir, mandos medios.

Una lista rápida, resumida e incompleta de este patrón histórico no deja lugar a dudas sobre la naturaleza de la neutralidad y de su preferencia por los traidores (por una mera razón geográfica, dejemos de lado casos como el del dictador Francisco Franco, ascendido a general por la democracia republicana de España meses antes de comenzar a destruirla):

Antes de convertirse en el dictador más importante de la historia de México, el general Porfirio Díaz había sido perdonado por Lerdo de Tejada por su intento de golpe de Estado contra Benito Juárez. Poco después, el presidente Tejada sería exiliado por su salvador.

En Bolivia, el general René Barrientos había sido promovido por el presidente Víctor Paz Estenssoro (todavía con algún resto de sus convicciones revolucionarias) unos años antes de que lo sacara del gobierno con un golpe de Estado.

En un viejo y amplio plan de conspiraciones de la CIA contra Allende y de asesinatos de militares en favor del orden constitucional, el presidente chileno había ascendido al general Augusto Pinochet, sustituto del general Carlos Prats (a su vez sustituto de otro constitucionalista asesinado por la CIA, el general René Schneider) por su neutralidad política.

En Argentina, un católico que no se perdía misa los domingos, el dictador y genocida general Rafael Videla había sido promovido por la presidente Isabel Perón, debido a su reconocida neutralidad y desinterés por la política.

En Panamá, el general Manuel Noriega había sido promovido por Omar Torrijos, quien poco después moriría en un accidente aéreo, a meses de la muerte de otro presidente rebelde, el ecuatoriano Jaime Roldós, en otro accidente aéreo. Noriega, empleado de la CIA y uno de los mayores narcotraficantes de la región, perseguirá a los seguidores de Torrijos.

En Uruguay, un caso más reciente y menos trágico, pero que cumple con el mismo patrón, es el del general Manini Ríos, promovido por el presidente socialsita Tabaré Vázquez como Comandante en jefe del Ejército Nacional. Manini Rios se convertirá en uno de los más férreos opositores al gobierno de Vásquez y fundará un nuevo partido donde los viejos y los nuevos fascistas y apologistas de la dictadura de ese país encontrarán consuelo y una plataforma de acción.

Poco después, en Bolivia, el general Williams Kaliman Romero, miembro ad hoc de la larga tradición nazi en Bolivia, también será promovido por el presidente Evo Morales, antes de que lo obligue a renunciar a la presidencia.

La lista de estos ejemplos históricos y neuróticos, profundamente relevantes para los pueblos y significativos para las matemáticas estadísticas, es más larga, pero estoy seguro de que aburriría a los lectores, ofendería a los “patriotas amantes de la libertad”, del honor y del helado de vainilla, y superaría el límite de palabras que hasta los medios más honestos no pueden rebasar.

JM, junio 2021
Ultimo libro: La frontera salvaje. 200 años de fanatismo anglosajón en Amérioca latina.