España-Marruecos: la historia como cómplice

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La historia termina en muchos casos siendo encubridora de la realidad. El pasado es tergiversado de acuerdo a una lógica contraria a la veracidad de los hechos. Quién no esté advertido de esta cuestión, siempre confundirá la realidad con la ficción.

Ya lo decía George Orwel (seudónimo del escritor y periodista británico Eric Arthur Blair, 1903-1950): “Quién controla el presente controla el pasado”. Porque el problema de la historia en manos oficiales radica en que se elabora sin la menor preocupación por la probidad de los hechos, ya que en última instancia lo que cuenta es la ideología y la propaganda; que en muchos casos, obedece a una estrategia imperialista y colonialista. Por otra parte, el relato histórico sucumbe a una excesiva ideologización y, en este caso, españolización, haciendo de la historia un discurso oficial vinculado a la preservación del “statu quo”. En consecuencia, el pasado termina siendo una especie de “mentira encuadernada”, o un “caramelo envenenado”. En ambos casos, la mentira es el factor dominante y, por tanto, su objetivo fundamental es ocultar la auténtica realidad.

En el contexto historicista hispano-marroquí, conviene recuperar la verdad histórica, o la historia verdadera; y así vemos que en el caso de España, que logró formar un Imperio donde no se ponía el Sol, hace mucho tiempo que padece un eclipse total del astro rey… y todavía sigue estando presa del “síndrome del 98” por la pérdida de las colonias (Tratado de París de 10 de diciembre de 1898). Con el agravante de que en las Capitulaciones de la
guerra hispano-norteamericana, que dio lugar a la independencia de Cuba, España vendió a los EE.UU por 20 millones de $ de la época, Filipinas, Puerto Rico e Isla de Guam, actual base norteamericana en el Pacífico

Como dijera el insigne escritor argentino, Jorge Luis Borges (1899-1986), inequívoco referente de las letras hispanas del siglo XX : “Entre España y Portugal, que en 1493 se repartieron la “mar océana” más allá del Estrecho de Gibraltar, hay una gran diferencia: mientras Portugal es un país melancólico porque sabe que ha perdido su imperio; España, a estas alturas de la historia, no sabe que ha perdido el suyo y sigue tan campante”. Y aquí conviene sacar a colación el magnífico libro del abogado, escritor y diplomático español, Máximo Cajal (1935-2014): “Ceuta, Melilla, Olivenza y Gibraltar: ¿dónde acaba España?”; que pone de relieve problemas fronterizos de España en virtud de tres contenciosos históricos aún no resueltos, y que a la vista de sus contradictorios e inconsistentes planteamientos pasados y presentes, parece que no tiene ninguna intención de resolver, pensando que el tiempo es su mejor aliado.

Marruecos, por su parte, es un país al que contemplan doce siglos de historia, que supo salir indemne de los embates del Imperio otomno, y resistir el tsunami de la “Primavera árabe”; siendo un auténtico bastión contra el fundamentalismo islámico. Fue la primera nación del mundo en reconocer la independencia de los Estados Unidos en 1777. El país magrebí es todo un referente en el mundo árabo-musulmán, y ha sabido conjugar tradición con modernidad siendo el único de los 55 Estados que conforman la actual Unión Africana (una vez que regresó en 2017 a la Organización panafricana, tras su abandono en 1984 por el reconocimiento de la fantasmagórica RASD) que no fue colonia sino Protectorado hispano-francés en virtud del Tratado de Fez de 1912, hasta su independencia el 2 de marzo de 1956.

En la escena internacional, y aparte de su predicamento en África, donde se ha erigido en un interlocutor imprescindible, Marruecos se ha mostrado al mundo como artífice de la paz propiciando soluciones serias, imaginativas y creíbles para enmendar los conflictos en la zona, como en el caso de Mali, o promoviendo en su propio territorio conversaciones de
paz para resolver el conflicto libio. Y así como en Egipto las esfinges nos muestran el pasado milenario y cultural de este país, Marruecos representa la esfinge del mundo árabe y es un socio privilegiado de la Unión Europea, con tratados bilaterales de cooperación que trascienden los propios acuerdos de asociación de la Convención de Lomé (Togo) de 1975
entre la UE y los países ACP (África, Caribe, Pacífico).

Actualmente España y Marruecos son dos Monarquías parlamentarias en las que reinan dos “Reyes Sextos”: Felipe VI y Mohamed VI. Ambos Jefes de Estado representan a las Dinastías Borbónica y Alauita, respectivamente; que pese al “corporativismo Real” y a las históricas relaciones de amistad y cooperación entre las dos naciones, persisten los desencuentros e incidentes diplomáticos entre ambos Reinos. Sobre todo, por los irrenunciables intereses de Estado de España y Marruecos tan contrapuestos, como se ha evidenciado históricamente. Ello ha dado lugar a un larvado contencioso histórico hispano-marroquí en el que subyacen los agravios comparativos y las indisimuladas ínfulas imperialistas del Estado español y sus políticas de hechos consumados. No exentas de
pretensiones hegemónicas, a las que se oponen cuestiones de integridad territorial por ocupaciones históricas y apropiación de territorios. Y ahora estamos asistiendo a una virtual partida de ajedrez geopolítico, con los dos contendientes “enrocados” en una defensa numantina (en términos ajedrecísticos, siciliana), en defensa de sus respectivos e irreconciliables intereses.

Así, por ejemplo, el Eje defensivo español Baleares-Estrecho-Canarias, que parte del supuesto táctico de que “el enemigo viene del Sur”, señala a Marruecos, un supuesto amigo, como enemigo. O la calculada y manifiesta ambigüedad española sobre el Sahara, prioritaria e irrenunciable cuestión de Estado para Marruecos, que considera sus provincias del Sur. Territorio para el que ha propuesto una amplia autonomía bajo soberanía marroquí, aceptada mayorítariamente por la Comunidad Internacional. Una especie, salvando las distancias, de Art. 151 de la Constitución española de 1978, que regula algunas CC.AA españolas. Del que por cierto Canarias quedó exenta, al habersele aplicado el Art. 149 ante el temor al resultado del referéndum que implicaba la vía de dicho Art. 151, dado el auge que tenía entonces el independentismo canario. Pero ese es otro tema, que forma
parte de la también historia colonial de Canarias.

Lo cierto es, que España, potencia europea colonizadora del Sahara, sigue utilizando el Archipiélago canario para soliviantar a Marruecos donde más le duele; y así convirtió a las Islas en un auténtico santuario del Frente Polisario, donde sus miembros se mueven a sus anchas, a pesar de los numerosos muertos ocasionados por los execrables actos terroristas
cometidos contra indefensos pescadores canarios que faenaban históricamente en el banco de pesca canario-sahariano. Derechos históricos, que el entonces Rey Hassan II, padre del actual Monarca, quiso preservar en el primer Acuerdo de Pesca hispano-marroquí, a lo que Adolfo Suárez (a la sazón presidente del Gobierno español de la UCD) se negó en redondo alegando que todos los pescadores españoles eran iguales, en clara referencia a los pescadores andaluces que venían esquilmando con sus malas artes y sin respetar la normativa pesquera de Marruecos el citado banco de pesca.

Y ahora, cuando los desencuentros entre España y Maruecos están en su punto más álgido, en una confrontación diplomática sin precedentes, por los acontecimientos ya conocidos; y que ha llevado al Ministerio de AA.EE marroquí a llamar a consultas a la embajadora en Madrid (como también hizo anteriormente con la embajadora en Berlín); y dando por
sentado que el asunto es una cuestión bilateral entre España y Marruecos, se plantean una serie de interrogantes a los que cualquier analista riguroso, objetivo, e independiente no se puede sustraer en aras de la más absoluta veracidad histórica y a la vista de las enormes contradicciones que salen a relucir. Porque todo indica que en el “modus operandi” de
España siguen imperando procedimientos y actitudes imperialistas y colonialistas; con una falsa moral y con un doble rasero para abordar sus conflictos, tergiversando la propia historia. En efecto:

¿Cómo se puede sostener que Gibraltar es una colonia (que lo es), consecuencia del Tratado de Utrecht de 13 de julio de 1713 suscrito entre las Coronas de España y Gran Bretaña; y al mismo tiempo defender que Ceuta y Melilla, conquistadas por la fuerza de las armas, en territorio marroquí, y un monumental anacronismo en pleno siglo XXI, son “Plazas de soberanía española”? ¿Acaso pretende este país de la Península Ibérica (conformada además por Portugal y Andorra) y flanco sur de Europa, controlar el Estrecho de Gibraltar?

¿Cuando España incorporó a su Cuerpo legar la vigente Convención de Jamaica de 1982 sobre el Derecho del Mar (de la que Marruecos fue también Estado Parte), y que el Plenipotenciario español firmara en Nueva York el 4 de diciembre de 1984; fue una calculada estratagema parapetarse en el Art. 10 del citado Tratado del Utrecht para alegar que “la Convención de Jamaica no era aplicable a los espacios marítimos de Gibraltar
supeditado a un proceso de descolonización”, sabiendo como sabía que esa maniobra dilatoria le imposibilitaba “sine die” la delimitación con Marruecos de las aguas adyacentes u opuestas entre ambos Estados en el Estrecho?

¿No está Marruecos, Estado libre y soberano, miembro cualificado de la Comunidad Internacional, en su legítimo e inalienable derecho de completar su integridad territorial? ¿O España sigue pensando que la Conferencia de Berlín de 1884, mediante la cual Europa se repartió África, el continente del futuro y el más rico del planeta en materias primas, sigue en vigor todavía? ¿Por qué España salió siempre mal parada de todas sus colonias y no fue capaz de descolonizar los territorios de ultramar que había conquistado y evangelizado por la fuerza de las armas (en una mano la espada y en la otra la cruz) sometiéndolos posteriormente a una implacable y depredadora política colonial?

¿Y Canarias, el vecino del Oeste de Marruecos? ¿Qué va a ser de Canarias, el laboratorio para la conquista de América a partir de 1492, donde se experimentó el terror y la crueldad como técnica infalible de dominación y sometimiento? ¿No es España responsable subsidiaria de los crímenes de lesa humanidad (que son imprescriptibles) cometidos en la conquista de Canarias y en la posterior “aventura civilizadora americana”?

¿Cómo se pretende conjugar, con el Derecho Internacional en la mano, que Canarias, una “posesión española” en África, sea por un insostenible y arbitrario criterio de “soberanía política”, una Región Ultra Periférica (RUP) de la UE y al mismo tiempo la implacable geografía nos muestre en el mapa un Archipiélago costero africano? ¿El obsoleto y ya periclitado criterio de “soberanía política”, con el que las potencias colonialistas europeas pretendían dar visos de legalidad a la apropiación de territorios por la fuerza de las armas; no fue sustituido finalizada la II Guerra Mundial e iniciado el proceso descolonizador en África, por el principio emergente de “localización geográfica” consagrado en el Derecho
Internacional contemporáneo donde el binomio “población y territorio” forman pare integrante del nuevo concepto de “independencia política”?

¿Qué esperpéntico y rocambolesco diseño de ingeniería político-jurídica es ese que pretende argumentar y dar legalidad al hecho incuestionable de que los espacios marítimos del Archipiélago canario, situado a 96 km. (59,65 millas marinas) de Marruecos, el Estado ribereño, y dentro de su Zona Económica Exclusiva (ZEE), son “aguas españolas”? ¿Está España retrotrayéndose por vía marítima a la época de Alonso de Cartagena (1384-1456), cuando en sus Alegaciones en el Concilio de Basilea (1431) sostenía que “Canarias pertenecía a Castilla porque estaba más cerca de Tingitania Mauritania que de Europa, litoral portugués”?

¿En todo caso, puede España, en pura praxis de Derecho Marítimo Internacional, trazar algún tipo de mediana entre Canarias y Marruecos y “sacarnos” así de la ZEE marroquí? ¿Cómo que Canarias es un “Archipiélago de Estado? ¿De qué Estado? ¿No está Canarias indefensa y atrapada en un concienzudo entramado político-jurídico, con un “statu quo” que es en si mismo una auténtica ficción y una perversa falacia? ¿Los cualificados internacionalistas españoles no saben el paralelismo que existe, salvando las distancias históricas y de todo tipo, entre las Islas Malvinas y las Islas Canarias? ¿Desconocen que las Islas Malvinas (Falkland Islands), archipiélago bajo soberanía británica, están situadas en
la Plataforma Continental de Argentina; y que el Archipiélago canario, “posesión española de ultramar” en África, está situado en lo que sería la prolongación natural de la Plataforma Continental de Marruecos?

¿Los afamados juristas españoles ignoran que la Plataforma Continental (prolongación submarina de la costa del Estado ribereño hasta una distancia de 200 millas) es un derecho “ipso iure” y “ab initio” del Estado costero, según ha reiterado en otras tantas Sentencias el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) de La Haya, que ha sentado Jurisprudencia? ¿Verdaderamente es España, a 2.000 Km. de distancia (unas 1.243 millas marinas), en otro continente, el Estado costero concernido respecto al Archipiélago canario?

Y ya para terminar una última reflexión: el autor, que dice siempre lo que piensa en aras de su libre albedrío y libertad de pensamiento, y que no comulga con ruedas de molino, es consciente de haber destapado la “Caja de Pandora”; y como ya viene siendo habitual, el objetivo inmediato será “matar al mensajero”…pero esto es lo que hay…

Ramón Moreno Castilla*
rmorenocastilla@hotmail.com
Autor de: “Canarias lo tiene Crudo”, Edit. Bilenio 2014
“Mohamed VI, Paladín del Panafricanismo, El Regreso de
Marruecos a la Unión Africana”. Edit. Canary e Book 20
Canarias, junio de 2021